(dedicado a Gilmara, que me animó a escribir y escribir cuando le conté esta historia)
A las 15 h de la
tarde llego, tras una caminata de 22 kilómetros, a las ruinas del Convento de San Antón, en la
provincia de Burgos,atravesadas en parte por una estrecha carretera comarcal,
por la que discurre el camino los últimos cuatro kilómetros hasta el final de esa étapa, y casi reservada a
caminantes de lo poco transitada que está por vehículos a motor.
Aquel lugar, a
excepción de dos peregrinas alemanas tomándose una bebida en la entrada al
recinto principal de las ruinas, está desolado. Al atravesar la puerta del
convento siento una enorme paz, sólo se oye el sonido de pajarillos y el arrullo de palomas campando a sus anchas entre los recovecos, dinteles, alfeizares,
claraboyas y demás estructuras arquitectónicas, bastante bien conservadas las paredes que quedan, de lo que fue la
iglesia y el convento de San Antón.
El altar se puede
ver enfrente de la puerta principal, con su campana en lo alto, su rosetón y
una cruz tau, emblema de la orden de San Antón, por encima, coronándolo todo.
El ala derecha está reformada . A partir de lo que parecen claustros de la
antigua iglesia han hecho habitaciones, conservándose gran parte de muros y estructuras
originales, y levantándose techos con
claraboyas en cada una de las habitaciones.
Veo una puerta
abierta totalmente, que accede a lo que parece un pequeño comedor cocina. En la
entrada hay una mesita con un botijo de agua, todo invita a entrar y cobijarse
del sol, a la vez que refrescarse un poco al resguardo del microclima que se
crea entre muros de gran espesor, como son los de una construcción con solera
como aquella.
Miro el móvil
por si he recibido alguna llamada o mensaje, y compruebo que no hay ni cobertura ni conexión a Internet.
Me siento en una silla y me decido a beber un poco de agua de la que llevo
conmigo, y a comerme unas almendras, cuando llega un señor de unos 60 años que
se presenta como el hospitalero de aquel lugar, de nombre Jose Manuel.
El sitio me
inspira tranquilidad pero a la vez me parece sobrecogedor, y barajo la
posibilidad de quedarme a dormir alli, aunque, por otra parte, pienso en que
pudiera ser que no lleguara ningún otro peregrino más que decida quedarse y tener
que pasar la noche sóla en este inquietante lugar, pues Jose Ramón tras ver la
única habitación con varias literas, me dice que el duerme en una casita fuera
del recinto de las ruinas.
Desde luego que
aquel espacio es el escenario ideal de una película de miedo, ruinas, palomas,
cruces varias, la historia del lugar, pues según me contó el hospitalero fue un
hospital de leprosos, a la vez que convento durante muchos años. Todo es un
tanto inquietante.
Pasé la tarde en
aquel lugar, sin terminar de decidirme, visitado por unas cuantas personas,
incluida la hospitalera del pueblo cercano y en que termina la etapa, de procedencia francesa de unos 30 años,
había venido en bicicleta a relajarse un rato y a visitar a Jose Manuel, lo cual hizo despertar en mi simpatía y confianza.
José Manuel
resultó ser un hombre muy campechano y sencillo, y tal vez fue por eso por lo
que me mantuve en la idea de pasar la noche allí. Entre los dos preparamos una
suculenta cena, el hizo pasta con tomate, lo cual agradecí mucho pues esa
mañana había estado pensando que llevaba ya varios días sin comer pasta y que
si tenía ocasión a la noche la comería, por ser un plato de energía inmediata y
muy adecuado cuando haces una actividad física intensa.
Y yo preparé una suculenta ensalada variada. Cenamos y resultó ser un gran conversador con una conversación variada e interesante. Nos pusimos un vasito de vino tinto casero que tenía, y que solía sacar a la mesa. Me estuvo contando que la noche anterior fueron 7 cenando, alemanes y algún español, y me hizo una disertación muy interesante sobre pautas de comportamiento de los peregrinos según nacionalidad. Resulto que los alemanes eran de los que mejor le caían, y los italianos los que peor, a los chicos italianos les gustaba fardar delante de las chicas pero a la hora de arrimar el hombro nada de nada, aunque el ya tenía sus estrategias para con cada una de las nacionalidades; de los brasileños me dijo que eran los últimos en levantarse, y otros tantos comportamientos que había observado en sus muchos años de hospitalero, y que respondían bastante a los tópicos.
Y yo preparé una suculenta ensalada variada. Cenamos y resultó ser un gran conversador con una conversación variada e interesante. Nos pusimos un vasito de vino tinto casero que tenía, y que solía sacar a la mesa. Me estuvo contando que la noche anterior fueron 7 cenando, alemanes y algún español, y me hizo una disertación muy interesante sobre pautas de comportamiento de los peregrinos según nacionalidad. Resulto que los alemanes eran de los que mejor le caían, y los italianos los que peor, a los chicos italianos les gustaba fardar delante de las chicas pero a la hora de arrimar el hombro nada de nada, aunque el ya tenía sus estrategias para con cada una de las nacionalidades; de los brasileños me dijo que eran los últimos en levantarse, y otros tantos comportamientos que había observado en sus muchos años de hospitalero, y que respondían bastante a los tópicos.
cocina comedor del hospital de San Antón con José Ramón |
Hablamos también
sobre fanatismos y religiones, entre otras cosas. Desde luego que daba gusto escucharlo.
Después de cenar
tocó un rato la guitarra, como dijo tenía costumbre, y al acabar dejo en su
sitio, en un rincón de la cocina comedor en el suelo.
Sobre las 21 h
llego el esperado momento en el que sabía me quedaría sóla, se despidió Jose
Manuel, diciéndome que iba a cerrar el acceso a las ruinas por la carretera para
que nadie pudiera entrar a media noche, pero que si necesitaba algo el tendría
la puerta de su casa abierta como me dijo tenía costumbre, y a la cual se
llegaba por una pequeña puerta metálica situada en medio de la pared del altar
mayor, allí donde oteaba a lo alto la cruz tau y la campana.
También me dijo
que si quería irme por la mañana antes que él se levantara, enfrente de las
habitaciones había una doble puerta metálica con una cancela, me dijo que la
quitara y podría salir por allí, y por ahí acceder a la carretera que me
llevaba al siguiente pueblo, a unos tres kilómetros. Y al que yo al final no
había optado a ir a pasar la noche a uno de los dos concurridos albergues que
tenía, a pesar y todo de que seguro encontraría algún amigo del camino.
Me quedo mirando
a Jose Manuel mientras atraviesa el meandro de piedras de varios tamaños y se
dirige hacia la puerta metálica que según me ha dicho accede a su casa, y
entonces me quedo con la única compañía del ulular de las palomas y el silencio del lugar. ¿Qué me ha hecho
quedarme allí? Pienso es mi afán por experimentar, por enfrentarme a todo
aquello que me causa respeto e incluso un poco de temor, a parte del hecho, de
que aquel espacio tiene una magia especial que me ha retenido entre sus viejas estructuras
arquitectónicas.
Se hacen las 10 y
pico, y me siento un tanto turbada, está anocheciendo y decido acostarme a
descansar mientras me duermo. Cierro la puerta de la habitación, con cristales
y sin llave, y desde la cama puedo ver al otro lado de la puerta, hacia dónde
me quedo mirando tal vez esperando que en cualquier momento haga su aparición
una presencia.
No sé cuanto
tiempo trascurre pero ya se ha hecho de noche por completo, cierro los ojos y
me quedo dormida. Ni se el tiempo que llevo así, cuando un fuerte ruido me
despierta sobresaltada del profundo sueño en el que estoy sumergida, y tras
unos instantes de desconcierto identifico la procedencia del ruido.
En el mismo
preciso momento que lo reconozco mi corazón se acelera a mil por hora. El
sonido es el ruido de una cuerda de la guitarra en la habitación contigua,
comunicada con la habitación en la que estoy durmiendo por la parte de arriba,
pues el muro que las separa no llega hasta el techo. No hay nadie allí. Intento
encontrar una explicación racional al hecho pero no la encuentro, estoy sola y,
según me ha dicho Jose Manuel, nadie puede acceder al recinto, ¿Qué explicación
tiene aquello?.
Busco a tientas
la linterna que he dejado, precavidamente, en una silla al lado de la cama,
pues en aquel lugar no hay luz eléctrica. Le doy varias veces al interruptor de
la linterna, que funciona presionando en la parte de atrás de la linterna, y a
la tercera consigo encenderla. Por un momento pienso entre las posibles opciones
que hacer, pues la que he descartado de inmediato, es continuar allí y volverme
a dormir, pienso que otro ruido similar puede provocarme un ataque de pánico. Así
que, me pongo el forro polar que tengo a mano, pues hace bastante frío y me
calzo las sandalias que están debajo de la cama, y me dispongo a salir al
exterior de la habitación. Sólo pienso en salir de la habitación cuanto antes, y ni me paro a recoger la mochila. Una vez
fuera de la habitación, en el patio central rodeado de las antiguas paredes del
monasterio, miro por un momento al cielo y me maravillo de la cantidad de
estrellas que brillan a lo alto, no estoy para contemplaciones de ningún tipo,
y con la linterna en mano me dirijo a través del caos de piedras de diversos
tamaños a la puerta metálica en el altar principal, por la cual había visto
hacía unas horas desaparecer a Jose Manuel. Por un instante pienso en la
posibilidad de que se encuentre cerrada y un cierto temor, añadido al que ya
tengo, me invade.
Llego a la
puerta y respiro aliviada al encontrarla abierta, y poder atraversala y salir
del recinto del monasterio. Enfrente veo una casa con un pequeño porche a la
entrada, cruzo el camino que me separa hasta esta, y entro por la puerta
entornada. Me pongo a recorrer la casa, en una habitación oigo ronquidos, y
decido ir hasta allí y avisar a quien supongo será Jose Manuel de mi presencia en la casa, no sea que se peor
el remedio que la enfermedad, y pueda asustarlo yo. Llo llamo varias veces sin
franquear la puerta de su habitación, y tras despertarlo le comento: -Tengo
miedo, me quedo en la casa a dormir.
Me dice: - De acuerdo,
- Le digo: - Ha sonado una
cuerda de la guitarra”, a lo cual el me contesta: - No creo, con toda
naturalidad, como si nada, pienso yo, el causante de casi un ataque de pánico y
este hombre lo reduce a un simple “ no creo”.
No tengo duda de lo he oído pero por otra parte
oir su voz y su despreocupación me tranquiliza.
Me voy a una de
las habitaciones que he visto vacías, una con una cama de matrimonio, y ya más
relajada y tumbada en la cama, recorro la habitación con la linterna y puedo
ver en las paredes, un tapiz de procedencia india con elefantes justo enfrente
de mi, una foto de la madre Teresa de Calcuta, un cuadro con caballeros de la
orden del temple montados a caballo, una cruz Tau. Y por el suelo y en una mesa
redonda libros y objetos referidos al camino, cajas medio cerradas esparcidas
por la habitación. Desde luego que no hay nada allí que me perturbe pero a la
vez pienso que esta habitación parece más
bien un santuario esotérico que un sitio
para dormir.
En cuanto veo
los primeros rayos del amanecer asomar por la ventana me levanto decidida a volver
al lugar de los acontecimientos, recoger mis objetos personales, mi saco de
dormir que deje sobre la cama tal cual, hacerme la mochila, y marcharme de allí
cuanto antes. Es increíble como la luz del día puede disipar todos los temores
de la noche anterior. Ya con la mochila hecha voy a la cocina, echo algo de dinero en un
cerdito para tal fin colocado en un aparador, y escribo unas líneas de
agradecimiento y de despedida en el libro de visitas en una mesa de la cocina.
Y en eso, cuando me dirijo hacia la puerta
con cancela por la que salir, Jose Manuel aparece y me pregunta: ya te vas? A
la vez que me dice ”mujer tomate un café
antes de irte, te sentará bien”, aunque quiero irme de allí cuanto antes,
pienso que porque no, y ya en la cocina, me dice. “que mal me sabe que hayas
tenido miedo y pasado una mala noche”, a
la vez que se dirije hacia la guitarra, y acto seguido piensa en voz alta, habrá
sido una cuerda de la guitarra que se rompería, y así fue y pudo comprobar.
Todo el temor de
una noche reducido a una simple explicación física y de lo más terrenal.
A partir de ahí
su preocupación giró en dónde conseguir en los alrededores una cuerda para
reponer la rota, mientras yo marché pensando que a la simple explicación física
y del ruido, podía añadirle el hecho de que tal vez las entidades espirituales
que moraban el lugar, que seguro haberlas las habría, me habían querido dar la
bienvenida a ese extraño y misterioso lugar.
Resultaba más
poético, al menos. O más bien, había sido el poder de mi mente, y la capacidad
de hacer real nuestros temores.
Reflexion en serie: http://reflexionserie.blogspot.com.es/
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