lunes, 22 de octubre de 2012

CAMINO DE SANTIAGO 2: NOCHE DE MIEDO

Noche de miedo en el convento de San Antón
(dedicado a Gilmara, que me animó a escribir y escribir cuando le conté esta historia)


A las 15 h de la tarde llego, tras una caminata de 22 kilómetros,  a las ruinas del Convento de San Antón, en la provincia de Burgos,atravesadas en parte por una estrecha carretera comarcal, por la que discurre el camino los últimos cuatro kilómetros hasta el final de esa étapa, y casi reservada a caminantes de lo poco transitada que está por vehículos a motor.

Aquel lugar, a excepción de dos peregrinas alemanas tomándose una bebida en la entrada al recinto principal de las ruinas, está desolado. Al atravesar la puerta del convento siento una enorme paz, sólo se oye el sonido de pajarillos y el arrullo de palomas campando a sus anchas entre los recovecos, dinteles, alfeizares, claraboyas y demás estructuras arquitectónicas, bastante bien conservadas  las paredes que quedan, de lo que fue la iglesia y el convento de San Antón.


El altar se puede ver enfrente de la puerta principal, con su campana en lo alto, su rosetón y una cruz tau, emblema de la orden de San Antón, por encima, coronándolo todo. El ala derecha está reformada . A partir de lo que parecen claustros de la antigua iglesia han hecho habitaciones, conservándose gran parte de muros y estructuras originales, y  levantándose techos con claraboyas en cada una de las habitaciones.



Veo una puerta abierta totalmente, que accede a lo que parece un pequeño comedor cocina. En la entrada hay una mesita con un botijo de agua, todo invita a entrar y cobijarse del sol, a la vez que refrescarse un poco al resguardo del microclima que se crea entre muros de gran espesor, como son los de una construcción con solera como aquella.

Miro el móvil por si he recibido alguna llamada o mensaje, y compruebo que  no hay ni cobertura ni conexión a Internet. Me siento en una silla y me decido a beber un poco de agua de la que llevo conmigo, y a comerme unas almendras, cuando llega un señor de unos 60 años que se presenta como el hospitalero de aquel lugar, de nombre Jose Manuel.

El sitio me inspira tranquilidad pero a la vez me parece sobrecogedor, y barajo la posibilidad de quedarme a dormir alli, aunque, por otra parte, pienso en que pudiera ser que no lleguara ningún otro peregrino más que decida quedarse y tener que pasar la noche sóla en este inquietante lugar, pues Jose Ramón tras ver la única habitación con varias literas, me dice que el duerme en una casita fuera del recinto de las ruinas.

Desde luego que aquel espacio es el escenario ideal de una película de miedo, ruinas, palomas, cruces varias, la historia del lugar, pues según me contó el hospitalero fue un hospital de leprosos, a la vez que convento durante muchos años. Todo es un tanto inquietante.

Pasé la tarde en aquel lugar, sin terminar de decidirme, visitado por unas cuantas personas, incluida la hospitalera del pueblo cercano y en que termina la etapa, de procedencia francesa de unos 30 años, había venido en bicicleta a relajarse un rato y a visitar a Jose Manuel, lo cual hizo despertar en mi simpatía y confianza.

José Manuel resultó ser un hombre muy campechano y sencillo, y tal vez fue por eso por lo que me mantuve en la idea de pasar la noche allí. Entre los dos preparamos una suculenta cena, el hizo pasta con tomate, lo cual agradecí mucho pues esa mañana había estado pensando que llevaba ya varios días sin comer pasta y que si tenía ocasión a la noche la comería, por ser un plato de energía inmediata y muy adecuado cuando haces una actividad física intensa.
 Y yo preparé una suculenta ensalada variada. Cenamos y resultó ser un gran conversador con  una conversación variada e interesante. Nos pusimos un vasito de vino tinto casero que tenía, y que solía sacar a la mesa. Me estuvo contando que la noche anterior fueron 7 cenando, alemanes y algún español, y me hizo una disertación muy interesante sobre pautas de comportamiento de los peregrinos según nacionalidad. Resulto que los alemanes eran de los que mejor le caían, y los italianos los que peor, a los chicos italianos les gustaba fardar delante de las chicas pero a la hora de arrimar el hombro nada de nada, aunque el ya tenía sus estrategias para con cada una de las nacionalidades;  de los brasileños me dijo que eran los últimos en levantarse, y otros tantos  comportamientos que había observado en sus muchos años de hospitalero, y que respondían bastante a los tópicos.

cocina comedor del hospital de San Antón con José Ramón 

Hablamos también sobre fanatismos y religiones, entre otras cosas. Desde luego que daba gusto escucharlo.

Después de cenar tocó un rato la guitarra, como dijo tenía costumbre, y  al acabar dejo en su sitio, en un rincón de la cocina comedor en el suelo.

Sobre las 21 h llego el esperado momento en el que sabía me quedaría sóla, se despidió Jose Manuel, diciéndome que iba a cerrar el acceso a las ruinas por la carretera para que nadie pudiera entrar a media noche, pero que si necesitaba algo el tendría la puerta de su casa abierta como me dijo tenía costumbre, y a la cual se llegaba por una pequeña puerta metálica situada en medio de la pared del altar mayor, allí donde oteaba a lo alto la cruz tau y la campana.

También me dijo que si quería irme por la mañana antes que él se levantara, enfrente de las habitaciones había una doble puerta metálica con una cancela, me dijo que la quitara y podría salir por allí, y por ahí acceder a la carretera que me llevaba al siguiente pueblo, a unos tres kilómetros. Y al que yo al final no había optado a ir a pasar la noche a uno de los dos concurridos albergues que tenía, a pesar y todo de que seguro encontraría algún amigo del camino.
Me quedo mirando a Jose Manuel mientras atraviesa el meandro de piedras de varios tamaños y se dirige hacia la puerta metálica que según me ha dicho accede a su casa, y entonces me quedo con la única compañía del ulular de las palomas  y el silencio del lugar. ¿Qué me ha hecho quedarme allí? Pienso es mi afán por experimentar, por enfrentarme a todo aquello que me causa respeto e incluso un poco de temor, a parte del hecho, de que aquel espacio tiene una magia especial que me ha retenido entre sus viejas estructuras arquitectónicas.

Se hacen las 10 y pico, y me siento un tanto turbada, está anocheciendo y decido acostarme a descansar mientras me duermo. Cierro la puerta de la habitación, con cristales y sin llave, y desde la cama puedo ver al otro lado de la puerta, hacia dónde me quedo mirando tal vez esperando que en cualquier momento haga su aparición una presencia.

No sé cuanto tiempo trascurre pero ya se ha hecho de noche por completo, cierro los ojos y me quedo dormida. Ni se el tiempo que llevo así, cuando un fuerte ruido me despierta sobresaltada del profundo sueño en el que estoy sumergida, y tras unos instantes de desconcierto identifico la procedencia del ruido.

En el mismo preciso momento que lo reconozco mi corazón se acelera a mil por hora. El sonido es el ruido de una cuerda de la guitarra en la habitación contigua, comunicada con la habitación en la que estoy durmiendo por la parte de arriba, pues el muro que las separa no llega hasta el techo. No hay nadie allí. Intento encontrar una explicación racional al hecho pero no la encuentro, estoy sola y, según me ha dicho Jose Manuel, nadie puede acceder al recinto, ¿Qué explicación tiene aquello?.
Busco a tientas la linterna que he dejado, precavidamente, en una silla al lado de la cama, pues en aquel lugar no hay luz eléctrica. Le doy varias veces al interruptor de la linterna, que funciona presionando en la parte de atrás de la linterna, y a la tercera consigo encenderla. Por un momento pienso entre las posibles opciones que hacer, pues la que he descartado de inmediato, es continuar allí y volverme a dormir, pienso que otro ruido similar puede provocarme un ataque de pánico. Así que, me pongo el forro polar que tengo a mano, pues hace bastante frío y me calzo las sandalias que están debajo de la cama, y me dispongo a salir al exterior de la habitación. Sólo pienso en salir de  la habitación cuanto antes, y  ni me paro a recoger la mochila. Una vez fuera de la habitación, en el patio central rodeado de las antiguas paredes del monasterio, miro por un momento al cielo y me maravillo de la cantidad de estrellas que brillan a lo alto, no estoy para contemplaciones de ningún tipo, y con la linterna en mano me dirijo a través del caos de piedras de diversos tamaños a la puerta metálica en el altar principal, por la cual había visto hacía unas horas desaparecer a Jose Manuel. Por un instante pienso en la posibilidad de que se encuentre cerrada y un cierto temor, añadido al que ya tengo, me invade.


Llego a la puerta y respiro aliviada al encontrarla abierta, y poder atraversala y salir del recinto del monasterio. Enfrente veo una casa con un pequeño porche a la entrada, cruzo el camino que me separa hasta esta, y entro por la puerta entornada. Me pongo a recorrer la casa, en una habitación oigo ronquidos, y decido ir hasta allí y avisar a quien supongo será Jose Manuel  de mi presencia en la casa, no sea que se peor el remedio que la enfermedad, y pueda asustarlo yo. Llo llamo varias veces sin franquear la puerta de su habitación, y tras despertarlo le comento: -Tengo miedo, me quedo en la casa a dormir.
Me dice: - De acuerdo,
- Le digo: - Ha sonado una cuerda de la guitarra”, a lo cual el me contesta: - No creo, con toda naturalidad, como si nada, pienso yo, el causante de casi un ataque de pánico y este hombre lo reduce a un simple “ no creo”.
No tengo duda de lo he oído pero por otra parte oir su voz y su despreocupación me tranquiliza.

Me voy a una de las habitaciones que he visto vacías, una con una cama de matrimonio, y ya más relajada y tumbada en la cama, recorro la habitación con la linterna y puedo ver en las paredes, un tapiz de procedencia india con elefantes justo enfrente de mi, una foto de la madre Teresa de Calcuta, un cuadro con caballeros de la orden del temple montados a caballo, una cruz Tau. Y por el suelo y en una mesa redonda libros y objetos referidos al camino, cajas medio cerradas esparcidas por la habitación. Desde luego que no hay nada allí que me perturbe pero a la vez pienso que  esta habitación parece más bien un santuario esotérico  que un sitio para dormir.

En cuanto veo los primeros rayos del amanecer asomar por la ventana me levanto decidida a volver al lugar de los acontecimientos, recoger mis objetos personales, mi saco de dormir que deje sobre la cama tal cual, hacerme la mochila, y marcharme de allí cuanto antes. Es increíble como la luz del día puede disipar todos los temores de la noche anterior. Ya con la mochila hecha voy  a la cocina, echo algo de dinero en un cerdito para tal fin colocado en un aparador, y escribo unas líneas de agradecimiento y de despedida en el libro de visitas en una mesa de la cocina. Y en eso,  cuando me dirijo hacia la puerta con cancela por la que salir, Jose Manuel aparece y me pregunta: ya te vas? A la vez que me dice  ”mujer tomate un café antes de irte, te sentará bien”, aunque quiero irme de allí cuanto antes, pienso que porque no, y ya en la cocina, me dice. “que mal me sabe que hayas tenido miedo y pasado una  mala noche”, a la vez que se dirije hacia la guitarra, y acto seguido piensa en voz alta, habrá sido una cuerda de la guitarra que se rompería, y así fue y pudo comprobar.

Todo el temor de una noche reducido a una simple explicación física y de lo más terrenal.
A partir de ahí su preocupación giró en dónde conseguir en los alrededores una cuerda para reponer la rota, mientras yo marché pensando que a la simple explicación física y del ruido, podía añadirle el hecho de que tal vez las entidades espirituales que moraban el lugar, que seguro haberlas las habría, me habían querido dar la bienvenida a ese extraño y misterioso lugar.

Resultaba más poético, al menos. O más bien, había sido el poder de mi mente, y la capacidad de hacer real nuestros temores.

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